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En sus célebres Treinta y seis vistas del Monte Fuji (1831) el pintor y grabador japonés Katsushika Hokusai comenzó a sublimar la imagen de un volcán que, tras su violenta erupción de 1707, desde la distancia meditativa de la tradición espiritual, había alcanzado la forma perfecta de la calma. Eduardo Nave (Valencia, 1976), casi dos siglos después, invierte esa relación en Las cuatro estaciones del volcán Tajogaite en treinta y seis vistas. Allí donde el maestro japonés hallaba equilibrio y serenidad, un centro inmóvil capaz de retener el flujo del tiempo, el fotógrafo encuentra fractura y disolución: un paisaje agitado por fuerzas primordiales, el lugar exacto en que la materia excede el marco que intenta apresarla. En este sentido y a diferencia de Hokusai, su cámara muestra la fragilidad del instante y la transformación del entorno durante todo un año; la energía contenida en el interior de la Tierra, bajo la apariencia de quietud, ahora devine en acontecimiento y revelación.

Mario Castro Baro

Comisario y diseñador de la muestra

©León es Photo
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Muestra final del proyecto Las cuatro estaciones del volcán Tajoigate en treinta y seis vistas 

 

Sala de Arte y Exposiciones El Palacín de León

 


La muestra final del proyecto Las cuatro estaciones del volcán Tajogaite en treinta y seis vistas, diseñada y producida con motivo de la dotación de Expositivos 25, se compone de treinta y seis (36) obras fotográficas, cinco fotograbados en papel japonés, tres piezas audiovisuales y una mesa vitrina con distintos objetos. La traducción de los archivos originales, el tratamiento digital y la producción de las obras fotográficas fue llevada cabo en el estudio profesional de Auth' Spirit mediante la técnica de impresión giclée, sobre papel FineArt Hahnemühle Photo Rag 308 gr. cortesía de Nuart Digital; siendo posteriormente enmarcadas en el taller de Espacio_E con moldura arquitecto en madera de nogal americano.

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ORDEN DE OBRAS EDITADAS Y PRODUCIDAS

CON MOTIVO DE LA DOTACIÓN DE 'EXPOSITIVOS 25'​

-    1 copia en papel Hahnemühle Photo Rag 308 gr. de 200 x 150 cm*

-    5 copias en papel Hahnemühle Photo Rag 308 gr. de 60 x 45 cm

-    9 copias en papel Hahnemühle Photo Rag 308 gr. de 40 x 30 cm


-    1 copia en papel Hahnemühle Photo Rag 308 gr. de 30 x 20 cm

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-    6 copias en papel Hahnemühle Photo Rag 308 gr. de 30 x 20 cm*

-    9 copias en papel Hahnemühle Photo Rag 308 gr. de 20 x 15 cm*

(*) Obras sin enmarcar​

Imágenes fotográficas del proyecto

Las cuatro estaciones del volcán Tajogaite en treinta y seis vistas©Eduardo Nave

Tratamiento digital y preimpresión: Auth' Spirit

 

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OTOÑO

Doscientos años después de que Hokusai inmortalizara el monte Fuji, para ser más exactos el 19 de septiembre de 2021, en la isla de La Palma, después de más de seis mil pequeños terremotos que azotaron el territorio durante ocho días, a las 14:10 (UTC), empezó una erupción, la que formó el volcán Tajogaite, en el edificio volcánico de Cumbre Vieja, cercano a la localidad de El Paraíso.

El sueño del volcán solo parecía eterno, y durante los días que siguieron a su erupción llegó el asombro infinito, los rojos magmáticos, rojos incandescentes que inundaron todo: el paisaje, las televisiones, las cámaras, las pantallas. El volcán había despertado.

  

De la erupción del volcán quedaron los rojos vibrantes, pero en las fotografías no puede apreciarse el sonido, hay que imaginarlo: el rugido incesante de una tormenta sin fin, el mar embravecido, ese rumor furibundo y constante, la fuerza telúrica que emerge directamente del interior de la Tierra para recordarnos que vivimos en la punta del iceberg, que pisamos un suelo frágil compuesto por capas que nos son desconocidas.

 

INVIERNO

 

Las cenizas tienen menos fama que los rojos del magma. Son menos fotogénicas porque las cenizas son lo que llega después del asombro. De manera que hay menos imágenes del gris que del rojo, pero no se debe a la belleza de la tonalidad, sino a la costumbre, esa fuerza por la cual el ojo va durmiéndose lentamente, despistándose, volviendo a buscar la novedad.

 

Durante ochenta y cinco días y ocho horas, el volcán de La Palma escupió más de doscientos millones de metros cúbicos de material de las entrañas de la Tierra. Pero dejó, a su paso, islas dentro de la isla, eso que, en un término hawaiano, se conoce como kipuka: el terreno que queda intacto rodeado de coladas de lava. Oasis de verde y vida en un mar gris arrasado que alumbró una nueva geografía de la isla, la que se instauró tras el fuego. La lava que había llegado hasta el mar se solidificó, creando una extensión que no existía hasta entonces, de manera que un volcán también puede ser otra cosa: lo que modifica el mapa, el horizonte. En el resultado del balance, en el haber figuran las cuarenta y nueve hectáreas que la lava del volcán ganó al mar, dos fajanas que son las playas más jóvenes de Europa, los deltas lávicos del volcán.

 

PRIMAVERA

 

En la isla de La Palma, la primavera es un estado permanente. Contra todo pronóstico, después de la erupción, llegó también la primavera en su sentido metafórico y la naturaleza colonizó de nuevo el terreno ocupado por las coladas, dando lugar a un paisaje hipnótico donde el negro de la lava contrastaba con el verde de los pinos y los arbustos, y con el color de algunas flores que, como los corazoncillos, lo alfombraron todo de un manto amarillo.

 

Nadie sabe tampoco dónde está la primavera, aunque la primavera, en eso estamos de acuerdo, habita en el despertar de las cosas.

Pero ¿cómo saber dónde está la vida tras la ceniza?

 

Nunca lo obvio es tan obvio. Los árboles, por ejemplo, mueren de dentro hacia fuera. Lo estudia una ciencia llamada dendrocronología, que se ocupa de la datación de los anillos de crecimiento de las plantas. Un árbol puede seguir floreciendo y estar muerto. Ocurre algo parecido con la edad de los volcanes, que es un asunto complejo. Decimos que los volcanes se encuentran activos o extintos, pero si indagamos un poco más, se consideran activos los que han tenido erupciones probables o verificadas en los últimos 10 000 años. Pero 10 000 años, como los más de 200 millones de metros cúbicos de material de las entrañas de la Tierra, son cantidades que exceden a la imaginación.

 

VERANO

En la isla de La Palma, poco a poco, la naturaleza reverdece en el entorno del volcán, al que quizás, a partir de ahora, se le llamará el volcán de Tajogaite, y pervive aún parte de esa desolación nacida en las entrañas de la Tierra, pero también se impone, lentamente, la vida que ya ha instaurado la primavera y va tomando posesión durante el verano. Y no solo en el exterior, sino que, en las profundidades del delta lávico, ese paisaje que estrena la isla, nacen especies marinas vegetales y animales.

 

Llevará tiempo, pero el año irá repitiendo sus días y llegará el momento en el que el volcán empezará a apagarse no solo de la corteza terrestre, sino también de la memoria.

 

Por eso, el autor regresa en verano para cerrar el ciclo y para dar fe de un cielo más azul, de las grúas que, como si fueran garras, acomodan el paisaje, capa a capa, para que vuelva la piel y no la acumulación de escombros, ni las palmeras agrietadas, ni los balcones que no miran ya hacia ningún lado.

 

Los volcanes crearon la atmósfera que necesitamos para respirar, también las condiciones para que una isla como La Palma fuera posible. Quizás, aunque esto es una suposición, solo cuando renace una isla se apaga definitivamente el calor del volcán. Aunque no es que se apague, sino que se esconde, porque lo propio de los volcanes es vivir agazapados, a la espera, de nuevo el recordatorio de que nada es seguro, ni siquiera el suelo que pisamos. Lo dice en un verso el poeta sueco Tomas Tranströmer: «La belleza persiste, como un tatuaje». También el volcán, también su sombra.

 

 

 

Laura Ferrero

Extractos del libro Las cuatro estaciones del volcán Tajogaite en ochenta y cinco vistas, de Eduardo Nave

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